DE LO DIVINO Y DE LO
HUMANO EN LA ARAÑA (MÁLAGA, ESPAÑA)
En estos tiempos de
altas tecnologías y logros científicos asombrosos, sorprende que sigan con
plena vigencia muchas de nuestras señas de identidad ancestrales… aunque quizás
no sorprende tanto cuando echamos la vista atrás, y comprobamos como nos hemos
comportado desde el origen de los tiempos. En lo esencial no hemos cambiado
tanto, en el largo camino de evolución y supervivencia. En el campo de lo que
sentimos (los sentimientos) seguimos siendo bastante ancestrales. Nuestra mente
lógica sigue funcionando en esa dirección, y necesitamos encontrar una
explicación que aclare todo aquello que nos rodea. Queremos el equilibrio en
nuestro entorno, saber cómo surgió nuestro mundo, y justificar nuestra propia
presencia, y el alcance transcendental de nuestra existencia. Allí donde no
llega el Conocimiento, surge la Religión. Necesitamos estar en paz con nuestro Universo.
Si miramos las distintas culturas, podremos comprobar cómo el Mundo ha sido
creado de mil formas diferentes, así como nuestra aparición sobre la Tierra.
Nuestro deseo de transcendencia ha poblado de “cielos” y “paraísos” el mundo de
los muertos, y ha estado tan presente en nuestra historia que le hemos dado un
plano propio, situándolo en el “más allá”, después de la muerte. Es un mundo en el que se suelen eliminar
muchas de las miserias que tuvimos que soportar en vida, en un deseo de
encontrar el equilibrio que no terminamos de hallar en “el más acá”. La forma
de entregar a los muertos al mundo del “más allá” y recordarlos en el mundo del
“más acá” suele reflejar algo más que las creencias religiosas. A menudo
sugiere sentimientos de respeto y afectos hacia el difunto, enterrándole en
sitios inaccesibles para que nada ni nadie perturbe su paz eterna. Surgen los
ritos, y también en esto tenemos una variedad casi infinita, según las
culturas. Pero a pesar de esta variedad, el deseo de fondo suele ser el mismo:
facilitar el acceso al difunto al “más allá” y proveerle de todo lo que va a
necesitar para que sea feliz. Es en este
deseo donde a veces se aprecia el sentimiento de afecto, en forma de objetos
que fueron depositados para hacer placentera la vida del difunto. También en
esto hay una gran variedad, desde lo más básico como la comida, a algo más
superfluo como los adornos, o algo práctico como herramientas, y toda suerte de
objetos que tuvieron un significado para el ser querido muerto. Son los ajuares,
que se depositan junto al cadáver para la otra vida. A veces el rito se
refuerza con sitios que se dedican para depositar presentes, cerca de los
enterramientos. Son sitios sagrados que están en función de los muertos, aunque
en ellos no se entierre a nadie, pero que les honran y les facilitan la vida
eterna. El paso inexorable de los milenios suele borrar gran parte de las
evidencias de los rituales del pasado… aunque a veces la suerte y el azar da
una alegría inesperada al arqueólogo.
Una de estas alegrías nos la encontramos en la
Sala de las Pulseras, un panteón neolítico de la Cueva de Hoyo de La Mina,
situada en La Araña, donde junto a la sala mortuoria apareció una pequeña
salita – que denominamos Ante Sala – donde no se había enterrado a nadie, que
fue usada como sitio sagrado para depositar regalos mortuorios. Pocas veces
sucede esto, y nosotros tuvimos la suerte de encontrárnoslo. Habían depositado
en honor de los muertos varias vasijas de cerámica, un hacha pulida y un
molino. Todo un detalle para honrar a sus antepasados. Compartimos una
fotografía del momento, y no podemos evitar las reflexiones que nos suscitó el
descubrimiento ¿Cuál era la cosmogonía de estas gentes? ¿Por qué eligieron una
sala casi inaccesible para depositar a sus muertos? ¿Por qué no los enterraron
como era normal, dejándolos sobre el suelo rodeados de sus ajuaren? ¿Por qué los depositaron debajo de unas
estalagmitas, que fueron recubriendo a los esqueletos y a los ajuares de
microscópicas capitas de calcita? ¿Fue casual? ¿Pensaban que en un lugar tan
inaccesible no era probable que nadie interrumpiera su descanso eterno, y que
por lo tanto no era necesario enterrarlos? ¿Qué significaba la Ante Sala en el
respeto a los muertos dentro de su cultura? Muchas incógnitas que no tienen
fácil respuesta, a no ser el extremado cuidado que ponían nuestros ancestros a
la hora de entregar a sus fallecidos. El hecho de que cerraran la entrada
general de la caverna con piedras y tierra para que nadie pudiera penetrar en
ella, refuerza esta idea.
En fin… deseamos que os
haga reflexionar. Nosotros seguimos poniendo flores a nuestros muertos, como ya
hicieron algunos neandertales, hace mas de 40.000 años. Para pensar.
Deseamos que os guste.
Yacimientos Arqueológicos
de La Araña.
4-10-2020.
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