LA ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL EN LA ARAÑA
La excavación arqueológica como elemento nuclear de la
arqueología: campo y laboratorio
La Historia de la Humanidad es casi en su totalidad
Prehistoria, que se encuentra aprisionada en los estratos arqueológicos aún
conservados. La arqueología nos aproxima a ellos en lo físico y en lo cultural.
Una buena práctica arqueológica exige unos protocolos muy precisos y
estandarizados, que eviten errores y permitan recrear y conservar en el
laboratorio la excavación realizada con toda exactitud. En La Araña, estas
prácticas ocupan un lugar destacado, ya que son el elemento nuclear de nuestra
disciplina y que desarrollamos en dos fases esenciales:
1) La preparación teórico-práctica de las técnicas de
excavación, que se realizan en el Arqueódromo, donde se prepara una
estratigrafía artificial, con estratos diferenciados y elementos de cultura
material de épocas distintas, que van desde el Achelense hasta el Calcolítico, que
es la secuencia detectada en la zona, para generar una excavación lo más
parecida posible a la realidad contrastada en los yacimientos. Es la aplicación
de la arqueología experimental al método de la disciplina (lámina 1).
2) Los conocimientos adquiridos en la primera fase se llevan
a la práctica en la segunda, ya en excavaciones reales, bien sea en La Araña o
en yacimientos punteros de la Península Ibérica, tras establecer acuerdos con
los distintos directores de los yacimientos receptores.
1. El fuego y la vestimenta: elementos necesarios para la
Humanidad
Los humanos somos una especie de piel desnuda y, por tanto,
muy vulnerables a los climas extremos, prosperando mejor en climas templados.
Frente a esta debilidad, tenemos una cualidad: la inteligencia, que nos permite
una gran capacidad de invención y adaptación, basada en soluciones ingeniosas
que nos habilitan para suplir nuestras carencias. En este sentido, el fuego y
la vestimenta han sido dos elementos fundamentales para que prospere nuestra
especie en climas y ecosistemas distintos.
2. El fuego y la Arqueología Experimental: cómo encender
fuego
(Figura 2)
El fuego ha sido un fiel compañero de la Humanidad que le ha
permitido la supervivencia en los momentos gélidos. Los testimonios de hogares
en los hábitats humanos son muy numerosos, y constantemente se van retrasando
en fechas más tempranas. Uno de los más antiguos documentados fue hallado en
Cueva Negra (Caravaca de la Cruz, Murcia), con una datación de 990 a 780 ka por
U/Th (Walker et al., 2016). Sin embargo, pese a su abundancia, desconocemos
casi por completo cómo lo generaban. Las evidencias parecen sugerir que, en el
Paleolítico inferior, eran conocedores de las ventajas del uso del fuego, pero
no queda claro si sabían producirlo. A partir de incendios naturales, el fuego
sería transportado a los lugares de habitación y luego reavivado
constantemente; por lo que los hábitats suelen tener pocos hogares, pero
algunos de gran potencia. Ejemplo de ello es el hogar preneandertal de la Cueva
del Ángel (Lucena, Córdoba) que presenta una potencia de 260 cm de altura, tal
y como avanza su descubridor Cecilio Barroso, en la página web del FIPEH4. En
el Paleolítico medio, el fuego se estandariza, siendo habitual encontrar muchos
hogares en un mismo asentamiento. Hallazgos como el de los yacimientos de
Meyrals y Bous-des-Vergnes, ambos en Dordoña (Francia)- parecen indicar que los
neandertales utilizaban bifaces que eran golpeados con pirita para hacer fuego
(Sorensen, 2018). Un ejemplo más reciente es la aparición del fragmento de
marcasita encontrado en Trou de Chaleux (Bélgica), de aproximadamente 10.000
años, con un profundo surco que sugiere continuados golpes con pedernal para
hacer saltar chispas y prender la yesca (Collina-Girard, 1998). A este
respecto, aunque de época posterior, en La Araña se encontró un fragmento de
pirita de época neolítica en el Abrigo 6 del Complejo del Humo (Ramos
Fernández, 2004). También encontramos carbón bajo la costra estalagmítica
datada por U/Th en 117,3 ka, antes de que fuera destruida por la remodelación
del espacio en la zona del Cuervo (Brückner y Ratke, 1986). En el Paleolítico
medio de La Araña han aparecido numerosos hogares y abundante carbón en los
Abrigos 3 y 4 del Complejo del Humo, especialmente entre la UE 25 y la UE 17,
con una horquilla cronológica en torno a 80 y 45-40 ka, por C14 calibrado, en el
Abrigo 3 del Complejo del Humo (Ramos et al., 2012). Igualmente abundantes han
sido los fuegos aparecidos en los estratos del Paleolítico superior y
Postpaleolítico (Neolítico y Calcolítico), pero las evidencias que puedan
sugerir cómo lo hacían brillan por su ausencia, por ahora, excepto en el
Neolítico, con la aparición del fragmento de pirita mencionado.
Al margen de las escasas evidencias arqueológicas, los
testimonios más referenciales los encontramos en la etnoarqueología. Dos
técnicas son las más usadas por los grupos humanos, que han llegado hasta
nosotros en unas condiciones más o menos prehistóricas. Ambas se hacen por
frotamiento, bien haciendo rotar un palo con las manos sobre una madera
durmiente, bien ayudándose con un arco enroscado a un palo para dar mayor
rapidez al proceso (figura 2a). La fricción continuada entre ambas maderas va
elevando la temperatura hasta producir humo y una diminuta ascua, que se
deposita sobre un “nido” de yesca preparado con antelación. Se envuelve el
ascua con la yesca y se sopla suavemente (figura 2b) hasta que prenda el “nido”
(figura 2c). En el laboratorio es necesario tener un recipiente con agua para
apagarlo (figura 2d). En el campo se tiene preparada leña para hacer la
hoguera. Hemos practicado ambos métodos, constatando que es mucho más fácil con
la utilización del arco. Para evitar erosiones en la mano que presiona la parte
superior del palo, se interpone un objeto cóncavo. A pesar de la simplicidad
del proceso, se necesita una gran pericia para culminar con éxito el encendido
de una hoguera, que sólo se adquiere con la práctica.
3. El fuego y la iluminación en las cuevas (Figura 3)
El fuego en la Prehistoria no solo protegía del frío y la
humedad ambiental, también permitía el asado de alimentos, y ofrecía seguridad
a la hora de alejar a los animales peligrosos y proporcionaba un recurso tan
necesario como es la iluminación. En el exterior, en abrigos y a la entrada de
las cuevas, o en zonas bien ventiladas, la iluminación era viable mediante
fogatas. Sin embargo, en áreas más oscuras y mal ventiladas, había que buscar
otros sistemas mejores. En la Cueva del Humo y en el A3, hemos documentado la
utilización de antorchas y lámparas de grasa. Las antorchas se han revelado por
las trazas que dejaron al rozar los techos bajos y paredes de la caverna,
mientras que las lámparas de grasa, han aparecido físicamente y también nos han
dejado marcas de hollín sobre la roca. Hemos tratado de replicar ambos
procedimientos, haciendo lo mismo que nuestros antepasados: usar los materiales
que tenían en su entorno de la forma más rentable. Para las antorchas, los
análisis palinológicos han demostrado que los neandertales disponían de varias
especies de pinos, y hemos comprobado que, un palo resinoso con una piña seca,
es el método más sencillo y útil para fabricar una antorcha funcional que
durase tiempo suficiente como para recorrer la cueva. Las lámparas de grasa
ofrecían dos ventajas fundamentales: la autonomía que les proporcionaba una
iluminación fija a la hora de moverse por el espacio y la mayor duración de la
luz, que dependía de la cantidad y calidad del material empleado. En La Cueva
del Humo, han aparecidos tanto lámparas fijas como portátiles. Las fijas eran
simples oquedades, naturales o artificiales, en el suelo o paredes de la cueva,
donde era depositada la grasa animal con una mecha vegetal (figura 3I). En las
portátiles se empleaba el mismo procedimiento, pero utilizando conchas como recipientes,
que eran colocados sobre la roca. Con el fin de replicar estos recursos y
conocer la duración de las lámparas y las huellas que dejan, hemos probado con
grasas de distintos animales de diferentes tamaños, dando todos ellos
resultados similares. Nuestros experimentos han constatado que 150 gramos y una
mecha delgada, puede generar más de 3 horas de luz funcional. El combustible
que mejor arde, y apenas produce humo, es el tuétano de animales grandes,
(figura 3 A, B, C, D y E), Debía ser más escaso y difícil de conseguir, ya que
no todos los días se cazarían grandes piezas. Podía ser utilizado directamente
sin derretir (figura 3 F) o derretido. La segunda opción es más eficaz, al
impregnar mejor la mecha. Por tanto, a nivel cotidiano, más disponibilidad
tenía el sebo de los animales cazados, normalmente de mediano y pequeño tamaño.
Tiene el inconveniente de tener que derretirlo previamente (figura 3 G), y
produce más humo y olor (figura 3 H). A juzgar por el ennegrecimiento de las
hornacinas, éste debió ser el más corriente, ya que dejó ostensibles trazas de
hollín en los puntos donde pusieron las lámparas.
4. Vestimenta y calzado (Lámina 4)
El vestido debió existir desde épocas tempranas. No tenemos
ninguna referencia hasta el Paleolítico superior, y siempre a través de fuentes
indirectas. Un ejemplo lo podemos encontrar en los enterramientos de Sungir
(Rusia) (Otte, 2017), datados entre el 27.210 y el 26.000 BP, con tres
enterramientos en los que destacan las más de 13.000 cuentas de marfil que
parece que estaban cosidas a ropajes (Kuzmin et al., 2004). La mejor
información, y la más antigua, la proporcionan las figurillas femeninas de pequeño
tamaño (“Venus”), desnudas en su mayoría. A veces presentan algunas prendas y
abalorios (faldas, cinturones, pectorales, tocados, etc.) que parecen indicar
que su vestimenta era más sofisticada y compleja de lo que se había supuesto
(Soffer et al., 2000). La excepción son las encontradas a orillas del lago
Baikal (Siberia) (Gerasimov, 1958 y Okladnikov, 1941) completamente vestidas.
Sus atuendos nos recuerdan a las vestimentas que aún se mantienen en los
pueblos esquimales. Otro testimonio indirecto es la aparición en el registro
arqueológico de útiles que evidencian la costura, como punzones, y sobre todo
agujas de hueso, que aparecen en múltiples yacimientos a partir del Paleolítico
superior, aunque posiblemente fuesen usadas en épocas anteriores. Algún
testimonio arqueológico más nos ofrece el Neolítico, aunque en la mayoría de
los casos hablemos de pequeños fragmentos de tejido, que resultan insuficientes
para reconstruir una prenda completa (Tell Halula, Jericó, Nahal Hemar,
ÇatalHöyük, etc.). El vestido más antiguo hallado hasta la fecha es la famosa
túnica de Tarkhan, que fue fechada por radiocarbono en el 3482-3102 a.C.
(Stevenson y Dee, 2016). Llegando al Calcolítico, hay que hablar de Ötzy. Un
estudio realizado en el 2016 aportó gran información sobre su vestimenta:
taparrabos de piel de oveja; polainas de cabra doméstica; abrigo hecho de oveja
y cabra; gorro de piel de oso pardo y un cubre-todo hecho con fibras vegetales.
Parece indicar que, no solo utilizaba pieles de animales de la zona, sino que
además, remendaba sus prendas cuando se deterioraban (O’Sullivan et all, 2016).
En la Península Ibérica, está sugerida la industria textil
por medio de los utensilios hallados en el registro arqueológico (agujas,
tensores, pesas de telar, cuernecillos, husos, etc.). Son pocos los tejidos que
han perdurado hasta hoy, y se remontarían al entorno de la Cultura Argárica. Un
ejemplo lo encontramos en la cueva Sagrada I de Rea Lorca (Murcia), donde se
hallaron dos túnicas de lino envueltas en un hatillo de esparto cerca de un
enterramiento femenino (Domenech et al, 1987). Un apartado especial fue la
industria del esparto, del que sí tenemos registro en nuestro país. Sería
prolijo citar todos los yacimientos donde se han encontrado ejemplos mejor o
peor conservados. Cabe destacar el conjunto de sandalias de esparto en un
enterramiento múltiple en la Cuevas de los Murciélagos de Albuñol (Granada). Se
han hecho dataciones por C14 a restos de madera y esparto, con resultados que
van desde los 7440 ± 100 BP y 5400 ± 80 BP. Las muestras analizadas son poco
explícitas, ya que no se conoce ni la procedencia inicial, ni el nivel de
contaminación de las mismas (Carrasco y Pachón, 2009).
Mediante la arqueología experimental, tres han sido las
líneas que hemos desarrollado respecto a los vestidos. En primer lugar hemos
reproducido punzones y agujas de hueso y los posibles atuendos de piel con
adornos de cuentas y concha (figura 4 A); en segundo lugar, con los sistemas de
trenzado vegetal del registro arqueológico de la Cueva de los Murciélagos, se
han reproducido tanto recipientes vegetales como algunas de las sandalias
(figuras 4 C, D y E); por último la técnica de fabricación de tejido sugerida
por el tensor de hueso aparecido en la Cueva de Nerja, para compactar la
urdimbre de un tosco tejido (González-Tablas, 1982) en tiras (figuras 4 B), que
luego cosían para componer paños más grandes.
5. Los tratamientos líticos: La talla lítica. Piedra vieja
(Lámina 5)
La tecnología lítica es la que muestra una mayor amplitud
temporal en la Prehistoria. Tiene una horquilla que va desde hace algo más de
2.5 millones de años (Homo hábilis) hasta el Bronce. En este dilatado periodo
de tiempo se puede ir apreciando la evolución tecnológica. A la hora de
reproducir los procesos de los periodos, se ha podido constatar las
dificultades inherentes a cada uno de ellos.
a) El Paleolítico inferior comienza con la Pebble-Culture,
que abarca cantos tallados unifaciales (choppers) y bifaciales (choppingtools)
y su cortejo de lascas. Es la más simple tecnológica y tipológicamente, pero
fuera de contexto es la que menos poder de diagnóstico ofrece, ya que se prolongan
durante toda la Prehistoria con las mismas características. Las tallas suelen
estar hechas sobre cantos rodados de piedras no silíceas mayoritariamente
(cuarcitas, areniscas, calizas, etc.) que eran tallados con percutor duro de
forma directa, guardando gran parte del córtex. Esta etapa va seguida del
periodo Achelense, con la aparición de los bifaces, hendidores, picos
triédricos, lascas más o menos grandes, etc., que continúa con la tónica de los
soportes en cantos rodados. Todas estas piezas son fácilmente replicables
mediante la arqueología experimental (figura 5 D).
b) En el Paleolítico medio, hay grandes cambios tecnológicos
y tipológicos, que se basan en el uso amplio del sílex y en la preparación de
los núcleos. Las piezas disminuyen considerablemente su tamaño, desapareciendo
las grandes piezas paulatinamente, y se desarrollan e imponen definitivamente
las tecnologías de extracción centrípeta con los núcleos levallois y discoides,
y un amplio repertorio tipológico de lascas, puntas levallois, puntas
musterienses, raederas, distintos tipos de cuchillos, muescas, denticulados,
etc., hasta componer un amplio muestrario tipológico, según la clasificación
bordesiana (F. Bordes, 1953; 1960). Junto a estos, también aparecen escasas
láminas, procedentes de núcleos unipolares recurrentes. Todas estas técnicas se
han impartido en La Araña, reproduciendo las pautas extractoras del Musteriense
(figura 5 B). Otro cambio significativo es el tratamiento térmico que se da a
la materia lítica para facilitar su talla. Los neandertales hicieron un
“cocido” previo de los núcleos, manteniéndolos enterrados varias horas en la
periferia de los hogares, donde se podía alcanzar temperaturas entre 250ºC y
300ºC. Este proceso es fácil de replicar cuando se dispone de un sitio exterior
para grandes fuegos; si no es así, puede ser suplido por un “horno” hecho con
elementos del mercado a precios muy asequibles: un cubo metálico con tapadera,
agujereado para la ventilación y revestido con ladrillos refractarios, puede
alcanzar en su interior los 500ºC. El combustible es sencillo y barato de
conseguir: leña o virutas para mantener el fuego unas cuatro horas. El control
de la temperatura, se consigue abriendo más o menos la tapadera. La fabricación
de este “horno” resulta muy versátil, ya que también será válido para cocer la
cerámica.
c) En el Paleolítico superior, se impone la tecnología
laminar con núcleos unipolares más alargados, bien por percusión directa
(Auriñaciense) o con percutor de asta interpuesto, a medida que va avanzando el
Paleolítico superior (figura 5 C). En La Araña, tiene un componente mayoritario
de lascas, lascas alargadas y comienzan a significarse las láminas procedentes
de núcleos unipolares. La extracción con percutor interpuesto por presión vino
a poner más precisión a los procesos extractivos, sacando láminas muy uniformes
y homogéneas a nivel tecnológico, y a menudo morfométrico (Lamina 5 E y F), que
siguen coexistiendo con un alto repertorio de lascas.
6. Postpaleolítico: piedra nueva (Lámina 6)
A partir de la Revolución Neolítica, con la aparición de la
agricultura y la ganadería, encontramos un nuevo registro vinculado a las
nuevas actividades. Dientes de hoz, hachas, azuelas, molinos, etc., cuya
morfología depende de las nuevas técnicas de talla de la piedra. La extracción
laminar, alcanza su mayor perfección al final del Neolítico, con un salto
cualitativo, que termina imponiéndose plenamente durante el Calcolítico, con la
extracción de láminas de los núcleos de crestas (“libras de mantequilla”,
figura 6 F), utilizando la presión, y alineándose las extracciones casi
milimétricamente, obteniendo productos secundarios de gran homogeneidad (figura
6 E), que alcanzarán tamaños considerables en la etapa del Bronce, haciendo uso
de la ley de la palanca. Con la metalurgia, la lítica irá siendo sustituida por
herramientas metálicas.
La gran novedad del Neolítico, y lo que le da su nombre,
serán las herramientas pétreas realizadas por pulimento. Se prolongarán durante
las etapas siguientes del Calcolítico y Bronce, estandarizando los sistemas de
fabricación. A la hora de fabricar hachas y azuelas se elegían piedras duras
como basalto, diabasas, diorita, etc. Las azuelas, además, suelen tener la
peculiaridad de estar hechas a veces en piedras jaspeadas. El hombre neolítico
demostró un gran conocimiento petrológico en su elección, ante la multitud de
cantos similares en apariencia, pero de naturaleza distinta y propiedades
diferentes. La tecnología para la ejecución de hachas y azuelas fue idéntica:
se hicieron por abrasión sobre una piedra arenisca. Con la fricción continuada,
iban desprendiéndose partículas del útil y de la piedra durmiente, al tiempo
que las superficies de abrasión se iban tornando lisas (figura 6 A, B). Al
final, eran enmangadas en madera (figura 6 D) o asta de cérvidos. En las Cuevas
de La Araña han aparecido herramientas con evidencias de reavivado, y dos
piedras durmientes con sus depresiones, que indican un prolongado uso. Con
respecto a la arqueología experimental, hemos reproducido estos procesos
tecnológicos sobre las materias primas constatadas en el territorio,
comprobando que el proceso abrasivo se acelera extraordinariamente si se
utiliza arena y agua sobre la superficie de abrasión cuando se está conformando
el útil. En el pulido final del filo se suprime la arena y se continúa con el
agua en un movimiento de vaivén hasta conseguir un filo perfecto (figura 6 C).
Por último, les hemos acoplado un mango, alineando el filo de las azuelas en
posición transversal al mango, y el filo de las hachas alineado con él.
7. Harinas, molinos y moletas (Figura 7)
El paso de cazador-recolector a agricultor y ganadero del
Neolítico llevará consigo la aparición de nuevas herramientas como las hoces
(figura 7 A, B y C) y también un cambio en la dieta humana. La elaboración de
harinas ha dejado en el registro arqueológico un abundante repertorio de
molinos y moletas de arenisca, que atestiguan como la conseguían: molturando
los granos de cereales sobre piedras planas (figura 7 D y E) que poco a poco
iban tomando forma de barquilla, mientras se desgastaban molinos y moletas por
la molturación. Por medio de la arqueología experimental, se ha podido
constatar que el desgaste de las superficies implicadas en la molienda es
extraordinariamente lento, lo que significa un prolongado uso en el tiempo de
estos instrumentos. El hecho de haber aparecido distintos molinos con diversos
grados de desgaste nos sugiere que este se producía por el uso continuado, y no
por haber realizado la oquedad artificialmente.
8. Herramientas de caza: lanzas, propulsores, arcos y
flechas (Lámina 8).
La capacidad de conseguir carne por sí mismos fue un punto de inflexión en el desarrollo del género Homo, aunque no sabemos cuándo ni cómo se produjo esa transición ya que las pruebas, al estar hechas de madera, han desaparecido del registro arqueológico casi por completo. Las armas más antiguas que se conocen fueron hechas por los preneandertales en época Achelense. Nos referimos a las lanzas de madera con finas puntas endurecidas al fuego que aparecieron en las turberas de Schöningen (Alemania) con dataciones en torno a los 400.000 años (Thieme, 1997). Eran lanzas que se utilizaban por presión en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo o a corta distancia. En el Paleolítico medio, con los neandertales, las lanzas sólo parecieron ganar en eficacia de penetración, al incorporar las puntas de sílex fijadas a las varas con tiras de cuero y cordajes, reforzadas con pegamento, pero aún se siguen utilizando en cercanía. En el Paleolítico superior, con la llegada del Homo Sapiens sapiens, no hay evidencias de que las armas mejorasen la penetrabilidad con respecto al neandertal, pero si la distancia de lanzamiento de sus armas al incorporar artefactos de propulsión. En la Araña, nos hemos acercado a esta cuestión mediante la arqueología experimental. Nuestras réplicas muestran que las lanzas de madera con puntas endurecidas al fuego funcionarían bien en animales medianos (cérvidos, cápridos, suidos, etc.), pero no con los animales grandes de pieles más gruesas (rinocerontes, elefantes, bóvidos, etc.), que son los más peligrosos. Cuando a la lanza se le añade una punta de sílex (figura 8 A), los problemas de penetración desaparecen, aunque no el peligro de la cercanía respecto a la pieza a cazar. Esto se conseguirá, de manera evidente, al incorporar artefactos de propulsión para las armas de caza: el propulsor y el arco.
Un propulsor es un simple vástago longitudinal que presenta,
en uno de sus extremos, un apoyo en forma de gancho donde se colocaba el
venablo y, en el otro extremo, una zona que servía para asirlo con la mano. Una
vez colocado el venablo, se disparaba empujando con fuerza, proporcionando un
impulso mayor debido a la elongación de la palanca natural del brazo. A pesar
de su sencillez, esto supondrá un gran avance técnico para la caza, ya que se
podía lanzar el proyectil a distancias más largas. Es difícil precisar cuándo y
dónde aparecen los primeros propulsores, pero si nos atenemos a la etnografía,
es en Oceanía donde el uso del propulsor ha tenido mayor recorrido histórico ya
que va desde los primeros pobladores, hace 65.000 años, llegando hasta nuestros
días (Clarkson et al., 2017). En Europa, en cambio, los propulsores no aparecen
hasta los momentos finales del Solutrense o principios del Magdaleniense, junto
con las puntas de pedúnculo y aletas, de las cuales se han replicado con la
arqueología experimental (figura 8 C). En La Araña hemos reproducido varios
propulsores simples en madera y algunos en asta de ciervo, imitando a los modelos
aparecidos en Europa. Los de madera son muy fáciles de hacer: basta localizar
una rama en horquilla y cortarla por donde se bifurca, dejando uno de los
brazos con unos 50-60 cm de largo y el otro con unos 3-5 cm. Obtenemos así una
vara con un gancho en un extremo que, en esencia, es lo que conforma un
propulsor (figura 8 B). Las lanzas propulsadas deben ser largas, rectas y
delgadas, y pueden llevar puntas de madera endurecidas al fuego o de sílex. Sin
embargo, serán el arco y la flecha los elementos de propulsión por excelencia.
Las ventajas son múltiples: alcanza una mayor distancia respecto a la pieza a
abatir, mayor velocidad, aumenta la penetrabilidad, mejora la puntería y,
además, se construye fácilmente con elementos simples y al alcance de cualquiera.
En La Araña hemos ensayado con diversas especies de árboles que reúnen las
características adecuadas y que estaban presentes en el Paleolítico Superior.
Tejos, boj, oleas, se han mostrado como los más adecuados, mientras que las
pináceas funcionan bien cuando están verdes las ramas, pero tienden a quebrarse
cuando se secan, por lo que los hemos descartado para la construcción de arcos,
pese a haber aparecido en Europa arcos de pino. Las varas de las flechas
admiten una mayor variedad y se pueden incluir especies más blandas, como
álamos, cuyas varas jóvenes tienden a ser rectas. El tiempo invertido para
realizar un equipo completo de arco y flechas ha sido de 5 horas, incluyendo
arco, las puntas de sílex, pegamento y cuerdas para fijarlas a la vara (figura
8 D, E y F).
9. Adornos. Colgantes, Collares y pulseras en la arqueología
experimental (figura 9)
Los abalorios componen un apartado que en La Araña está bien
documentado. La mayor parte de los adornos estaban realizados en materiales
orgánicos y, en menor medida, en materias pétreas. En el Paleolítico, las
cuentas de collar y colgantes estaban realizados normalmente sobre dientes de
mamíferos, fragmentos de hueso y, sobre todo, con conchas marinas, limitándose
a realizar un orificio para pasar el cordón. Pese a esta simplicidad, existe
una sistematización en la elección del material: los collares estaban formados
con ristras de conchitas pequeñas, mientras que las conchas de mayor tamaño
eran convertidas en colgantes.
Para la ejecución de los orificios, se han documentado
cuatro procedimientos de perforación: 1) por presión con un punzón; 2) por
rotación con un micro-perforador; 3) por abrasión;4) por serrado. La primera es
la más usual para las cuentas de collar, mientras que la segunda para los
colgantes; las otras dos son muy infrecuentes. La práctica del punzamiento
puede adoptar dos modos ligeramente distintos según el grosor de las conchitas:
para las muy finas, basta con hacer una leve presión con un punzón muy afilado
introducido por la apertura de la concha; para las de más grosor hace falta una
mayor presión que puede acrecentarse dando un ligero golpe seco en el extremo
superior del objeto punzante. Estas técnicas, aunque muy sencillas, necesitan
práctica, ya que es necesario percutir con la fuerza justa para no fracturar
las piezas, con las que componían los collares, que hemos replicado (figura 9 A
y D). Los micro-perforadores se usaban para hacer colgantes sobre conchas de
mayor tamaño, como el colgante realizado con una peregrina (Pectem maximus)
aparecida en La Araña, donde se hicieron dos orificios en las orejas de la
valva para pasar el hilo, y que están desgastados por el rozamiento con el nudo
del cordón al llevarlo colgado persistentemente. La hemos replicado (figura 9
C). A partir del Neolítico, aunque siguen apareciendo las conchas perforadas -
normalmente por punzamiento o por rotación -, empiezan a usarse
mayoritariamente las cuentas circulares, y en menor medida las acodadas. Aunque
no sabemos el criterio a seguir para establecer los diseños, sí que hemos
constatado que había collares formados por un solo tipo de cuentas como el
hallado de en Hoyo de la Mina (M. Such, 1920), y, en otros casos, se podían
poner dos o más tipos, como el del Huerto de Esteban (Cuevas de San Marcos,
Málaga), donde se combinaron tramos de cuentas circulares con otros de
conchitas marinas (Ramos et al., 2016.). No hemos encontrado cuentas en estado
de fabricación, que nos habrían aclarado sobre el proceso que seguían. En el
yacimiento de Barranquet (Oliva, Valencia), si apareció un pequeño disco de
concha, adjudicado al Neolítico cardial, como paso previo a la elaboración de
las cuentas circulares (Luján Navas, 2016: 802). El siguiente paso es posible
que fuera la perforación central de los pequeños discos, que serían redondeados
por abrasión sobre una piedra durmiente. La regularidad que presentan todas las
cuentas de un mismo collar nos hace sospechar de algún proceso sistemático,
aunque no sepamos exactamente cuál. Para las cuentas acodadas utilizaron
pequeños fragmentos de la charnela que, visto de perfil, dan a la cuenta un
aspecto curvo. En la parte más delgada es donde se realiza el orificio para
insertar el hilo con un micro-perforador. El acabado fino requiere de destreza
y materiales de diferente dureza. Al reproducir el proceso por arqueología
experimental, hemos comprobado que a menudo ha sido difícil realizar todos los
pasos con una sola piedra abrasiva durmiente, por lo que es posible que
utilizaran algún instrumento activo más liviano para la terminación de algunas
partes curvas. Los anillos estaban realizados en hueso (Lámina 9 B). Para los
adornos en piedra se prefieren las calcitas y muy raramente los cristales de
yeso. Se han encontrado cuentas que imitaban a las de concha, lo que indica que
fueron unos modelos muy asumidos y consolidados, aunque no se conocen los pasos
sucesivos para su fabricación. En varios yacimientos andaluces, especialmente
onubenses, han aparecido cuentas de collar sobre piedras azules (malaquita,
moscovita, etc.) (Linares y Odriozola, 2011), aunque de momento no han
aparecido en la bahía de Málaga.
Una mención especial requiere las pulseras de piedra, de
distintos anchos, que podían estar decoradas o no con bandas paralelas a lo
largo de su perímetro exterior. Han aparecido en muchos yacimientos de la
Península, especialmente andaluces. En La Araña hemos encontrado un elevado
número de ellas, fundamentalmente del Neolítico, que formaban parte de los
ajuares funerarios. Ninguna ha aparecido en proceso de fabricación. Se han
encontrado inacabadas en la Cueva de los Mármoles de Priego de Córdoba
(Martínez-Sevilla, 2010) que nos han ayudado a tener una idea del sistema de
fabricación. Los materiales usados eran mármol, caliza marmórea o calizas.
Primero conformaban por abrasión, en un movimiento de vaivén, una tableta sobre
una piedra durmiente plana, utilizando probablemente agua y arena para acelerar
el proceso, tal como hacían con las hachas y azuelas. Cuando conseguían la
delgadez deseada para la anchura del aro, se realizaba un pequeño hoyo en el
centro de una cara de la tableta para introducir uno de los brazos del compás y
hacerlo rotar sobre la superficie y trazar dos círculos concéntricos perfectos,
posiblemente burilando, ya que el persistente trabajo sobre la pieza podía
borrar marcas de pintura. El siguiente paso consistiría en desbastar la
superficie del círculo externo y, a continuación, se eliminaba por abrasión,
sobre la piedra durmiente, el material sobrante. Para la parte interna, se
perforaba el centro de la superficie del círculo, y se iba eliminando el
sobrante hasta llegar a la marca interior. La perfecta simetría de muchas de
las piezas, es lo que nos hace pensar que utilizaban compás (una horquilla o
cuerda con un buril en un extremo).
10. El concepto de arte en la Prehistoria. Reproducción de
técnicas y tipos (Figura 10)
El llamado arte prehistórico tiene que ver más con la
simbología y la plasmación de ritos y símbolos icónicos que con una concepción
puramente artística y estética, aunque en muchas de sus obras también haya
arte. La repetición de tipos similares en cuevas muy distantes, indica que eran
mensajes reconocidos por los contemporáneos y que fue un elemento profusamente
usado para transmitir conceptos.
Pero, si bien no podemos conocer su significado a ciencia
cierta, al menos podemos analizarlos y reproducir sus procesos tecnológicos
mediante la arqueología experimental. El repertorio iconográfico que hemos
ensayado es amplio y abarca manos en positivo y negativo, figuras de animales,
puntos, signos abstractos o simples manchas de colorante. Para la pintura, se
comienza preparando los pigmentos, triturando sobre cantos rodados las materias
primas (carbón, cristales de yeso, manganeso y óxidos de hierro) (figura 10 B y
C) para mezclarlos luego solo con agua en un receptáculo. En la Cueva de
Navarro 4 se ha documentado el uso de conchas (Pecten máximo) manchadas de
pigmentos rojo de óxidos de hierro que fueron utilizadas como recipientes,
hecho que hemos reproducido (figura 10 A). El repertorio iconográfico que hemos
ensayado es muy amplio. Las manos en positivo son las más básicas y fáciles de
ejecutar, ya que basta con embadurnarse la palma de la mano con la pintura, y
presionar la superficie rocosa (figura 10 E). Las impresiones en negativo
resultan más complejas y hemos ensayado cuatro formas posibles de proyectar la
pintura sobre la mano apoyada en la roca: 1) proyectar la pintura introduciendo
el colorante en la boca. Esto da buen resultado, aunque es muy insalubre.2)
Proyectando la pintura con un hisopo. Como en el caso anterior da buenos
resultados, pero el proceso es más lento. 3) Mediante una caña hueca que se
llena absorbiendo la pintura, que se expulsa soplando con fuerza. 4) Utilizando
un soplador en ángulo recto, en donde un extremo es introducido en el líquido y
el otro en la boca. Soplando con fuerza, se produce el vacío en el tubo inmerso
que hace que ascienda el líquido y salga disparado por el tubo horizontal. Ha
resultado ser el método más efectivo, evitando los problemas higiénicos y
mejorando la lentitud de los métodos anteriores (figura 10 D). Para figuras y
símbolos hemos utilizado instrumentos de crin de caballo, y los dedos como
pinceles (figura 10 F)
Los grabados sobre roca o hueso también se han ensayado en
La Araña, reproduciendo los patrones prehistóricos. Las reproducciones las
hemos realizado en la Rocalla del Arqueódromo, donde se han incorporado
espeleotemas auténticos sobre los que se han reproducido los motivos
encontrados en la zona. Para los grabados usamos un trazador de carbón para
dibujar levemente el motivo, remarcándolos luego con buriles de sílex. Los
surcos dejados son muy variables, desde los muy someros, con perfil en “V”, a
los que se ha insistido mucho con el buril, que pueden terminar mostrando un
perfil en “U”. La eficacia de los distintos tipos de buriles es similar en
cuanto a rendimiento, apreciándose mejor manejabilidad y precisión en los
buriles laterales y diedros.
11. Reproducción de técnicas en la elaboración de objetos en
hueso (figura 11)
Otras materias primas como el asta de ciervo o el hueso, que
por su mayor perdurabilidad se han conservado bien en el registro arqueológico,
también son objeto de la arqueología experimental, reproduciendo útiles
aparecidos en Las Cuevas de la Araña y en otros yacimientos, utilizando, para
ello, las técnicas y medios de fabricación disponibles en el pasado. Punzones,
azagayas, propulsores, bastones de mando, arpones, agujas, anillos, etc., han
sido reproducidos utilizando los mismos materiales con los que se hicieron en
el pasado. La materia prima más corriente suele ser fragmentos de cornamentas o
bien de huesos de animales grandes y medianos. En cuanto a las herramientas,
las más propicias han resultado ser las cuchillas de sílex -en su versión de
lascas o láminas-, los buriles, los perforadores y las muescas; junto a
procesos abrasivos para rebajes y terminaciones (figura 11 C). La mayor
dificultad para la elaboración de las herramientas óseas la ha ofrecido el
troceado y preparación de las porciones a partir de las cuales se fabricarán
los útiles; es decir, las piezas básicas sobre las que se elaborarán los útiles
deseados.
En esta tarea han sido eficaces los marcados y rebajes con
cuchillas de sílex y buriles, por la línea a partir, para terminar -cuando el
surco es profundo- con golpes contundentes sobre el punto, para producir la
fractura. Es la tarea más primaria, a partir de la cual puede quedar un trabajo
por abrasión más o menos complejo, según el objeto que se quiera construir.
Azagayas, bastones de mando, propulsores y arpones, por
regla general, están realizados con asta de cérvido. Para las azagayas, los
trozos más adecuados son las puntas de las cornamentas de ciervos que, por su
morfología natural, se aproximan ya a la forma que se desea obtener, terminando
su elaboración por abrasión sobre una piedra durmiente y cuchillas de sílex y
buriles si se las quiere dotar de base hendida o, incluso, decorarlas. Los
bastones de mando, tienen un proceso relativamente simple y reiterativo de
ejecución. La mayor dificultad la ofrecen los tres cortes con cuchillas de
sílex, con movimientos de vaivén, para realizar un surco profundo por los tres
puntos donde se quiere partir. La tarea termina con la rotura, por medio de un
golpe seco, cuando el surco es lo suficientemente profundo y limando las
imperfecciones con un ejercicio abrasivo sobre las roturas. La apertura del
agujero se consigue mediante la perforación en movimientos rotativos alternos.
El acabado incluye un proceso de abrasión sobre piedra durmiente, y la
realización de grabados con buriles y cuchillas. Los propulsores, es probable
que la mayoría estuviera hechos de madera, pero los que se han conservado en el
registro arqueológico son los realizados sobre materias corneas que estaban
también profusamente decorados con animales grabados y esculpidos. Los más
trabajados son auténticas obras de arte que presentan una dificultad para
esculpir con herramientas de sílex, con un alto número de horas de trabajo
adicional incorporado, y un alto grado de sensibilidad y maestría técnica. La
elaboración de los arpones entraña mayor dificultad. La obtención de las
placas-base se lleva a cabo desprendiendo un trozo ancho y largo de cornamenta
con un buril y cuchillas, marcando surcos, para pasar a golpes de rotura, con
percutor afilado interpuesto. A continuación, se pule y aplana por abrasión
sobre una piedra durmiente. Una vez preparada la base, se dibuja la silueta de
los dientes trazando el contorno a lo largo de la placa utilizando de nuevo el
buril. Por último, con un filo cortante, se van cortando los laterales para
eliminar la parte sobrante. En un lateral, para los arpones simples (figura 11
B), o en los dos para los arpones dobles.
Las agujas están unidas indisolublemente a la costura, y por tanto a la vestimenta y a la unión de pieles, trenzados y pleitas. En relación a la arqueología experimental, trenzados o pleitas son dos modalidades distintas, que pueden influir en la morfología del instrumento. Mientras que su empleo para los vestidos exige instrumentos más finos, que se aproximan más al concepto que hoy tenemos de aguja, los cosidos de fibras vegetales y pleitas pueden tolerar instrumentos planos y más anchos. Tanto unas como otras, estaban fabricadas en hueso o en fragmentos de asta, utilizando técnicas similares a las ya explicadas (figura 11 A). Por último, se haría el ojo de la aguja utilizando un micro-perforador.
12. Reproducción de técnicas en la elaboración de objetos
cerámicos (figura 12)
Un gran hito para la Humanidad, en cuanto a tecnología se
refiere, fue la invención de la cerámica y la aparición de las vasijas. En el Neolítico,
con la llegada de la agricultura y la ganadería, también nació la necesidad de
almacenar. Los nuevos recipientes cerámicos mostraron rápidamente su utilidad y
su facilidad de elaboración. Arcilla, arena como desgrasante, agua para amasar
y fuego para la cocción, es todo lo que necesitaban. Sin embargo, estos
recipientes no sólo eran usados como elementos de almacenamiento, también se
utilizaron para preparar guisos caldosos. De hecho, algunas de las vasijas
aparecidas en La Araña mostraban las huellas de haber sido expuestas
reiteradamente al fuego.
La técnica que hemos utilizado para la fabricación de
vasijas ha sido la “de cordones”. Ésta consiste en hacer una base inicial de
arcilla, a partir de la cual se inicia el proceso de remontaje superponiendo
serie de tiras o “churros” de abajo a arriba, dándole forma a la pieza con las
manos. Se va consiguiendo la forma deseada, con alisado para eliminar
irregularidades de la superficie y darle cohesión a la figura tanto en su
interior como exterior, alisando la superficie. Por último, gracias a un baño
de almagra, se consigue la impermeabilización de la pieza. Las asas, mamelones
y cordones se pegan al recipiente cuando la arcilla del cuerpo está aún fresca,
para que se adhieran bien antes de hornear la pieza. En cuanto a los procesos
decorativos, estos pueden ser impresos, que se realizan cuando la superficie de
arcilla está aún fresca, o grabados con punzones, cuando la superficie está
ligeramente endurecida. En la Araña hemos replicado tanto las formas de las
vasijas encontradas en el territorio, como los modelos ornamentales que las
decoraban. Es necesario destacar la cerámica impresa y cardial, que se extiende
por todo el Mediterráneo, y en menor medida, en las costas atlánticas europea y
africana, desde los primeros estadios del Neolítico hasta el V milenio a.C.5.
En cuanto a sus formas, suelen estar bastante estandarizadas y tener siluetas
ovoides, fondo redondeado y, a veces, presentan un pequeño cuello. Reciben su
nombre por estar decoradas con impresiones hechas con el borde dentado de un
cárdido. Mediante la arqueología experimental, hemos desentrañado las dos
técnicas empleadas: la directa con el borde de un cardium, o enmangando un
fragmento de concha. Se trata de la “Técnica del Cardium enmangado”, que
consiste en añadir un pequeño astil a un trozo diminuto de un cardium pequeño
que contenga sólo tres o cuatro nervaduras, para que la impresión con el natex
no se curve. Al intentar hacer las impresiones solamente con el pequeño trozo
de cardium, la tarea se tornaba lenta y casi imposible de realizar, dada la
difícil manejabilidad de un trozo tan pequeño de concha. Sin embargo, cuando se
le añadió un mango, la labor se volvió mucho más ágil y segura, adecuada para
componer las bandas realizadas con múltiples filas de impresiones, lo cual era
lo mismo que parecía suceder en las vasijas cardiales neolíticas donde se puede
identificar la repetición de algunas impresiones y, a continuación en la misma
línea, otras que parecían hechas con un utensilio semejarte, pero no
exactamente igual. Esto nos demostró que el instrumento también debía de ser
muy frágil y era sustituido a menudo. Otro tipo de decoración era la realizada
con almagra. Ésta tiene dos técnicas distintas con resultados diferentes: 1) Se
aplica la almagra (óxido de hierro) cuando la vasija esta oreada y aún guarda
un cierto grado de humedad, lo que permite que el colorante penetre en la
arcilla. Cuando la vasija se ha secado bien, se somete a la cocción, quedando
la almagra integrada en el recipiente. Luego, se puede dar un pulido frotando
con una piel, quedando la superficie más brillante. Este es un sistema que fija
el colorante y se resiste a desaparecer. 2) En el sistema a la aguada, la
almagra se aplica una vez la vasija está cocida, y el colorante queda sobre
superficie sin apenas penetrar en ella, lo que le da mucha menos fijación. Con
este sistema el colorante puede desaparecer más fácilmente, incluso con la
simple manipulación.
En cuanto al horneado si se dispone de un espacio amplio y
al aire libre, basta cubrir las vasijas, una vez secas, con abundante leña y
prenderle fuego a una temperatura superior a 300º C durante varias horas.
Cuando no se disponga de un espacio adecuado para encender una gran hoguera, se
puede sustituir por un proceso de cocción sencillo y barato que ya fue
explicado anteriormente en el tratamiento térmico de la industria lítica
(figura 12 A, B y C).
5Tras la desaparición de la cerámica cardial a finales del V
milenio, aún quedan algunos resquicios con la cerámica epicardial,
especialmente en el norte de Italia (Cultura dei vasi a bocca quadrata) y en la
península balcánica (Hvar, Lisicici y Butmir).
13. Pegamentos prehistóricos (Figura 13)
En el Paleolítico medio, con la aparición de las puntas de sílex para la caza, surgió la necesidad de crear algún tipo de sistema de enmangado para unir astil y punta. El métodos de encajar ambas partes o atarlas con fibra vegetal o tendones de animales no resultó suficiente, ya que las ligaduras se aflojarían con frecuencia. La solución a este problema fue resuelta con el uso de pegamentos, que diesen firmeza a las uniones. La evidencia más antigua que tenemos de esto la encontramos en Cantera de Campitello (Italia), donde se hallaron lascas de hace 200.000 años BP con restos de brea de abedul (Mazza et al., 2006). En las cuevas de Fossellone y Sant Agostino, en cronologías estimadas entre 55-40 ka BP, prepararon adhesivos utilizando los lípidos de las plantas (aceite y/o cera) o cera de abeja mezclados con resina de pino (Degano et al., 2019); y en el yacimiento sirio de Umm el-Tell (Boëda et al 2008) se encontraron trazas de bitumen con una antigüedad de 70.000-40.000 años BP. Resulta especialmente interesante el caso de Königsaue (Alemania), donde, en uno de los fragmentos datado por C14 entre 44.000-48.000 años BP, se documentan las impresiones en negativo de parte de un pulgar humano, de una pieza lítica y de una superficie de madera, lo que prueba que la brea se manejaba en estado, cuanto menos, semilíquido. En la Península Ibérica también se han encontrado piezas con restos de bitumen en los yacimientos cántabros del Sidrón (Hardy et al., 2017) y Esquilleu (Márquez y Baena, 2002).
El gran misterio era saber cómo podían los neandertales, con
los recursos que tenían por entonces - sin ningún tipo de contenedor registrado
- fabricar estos materiales. Un equipo de arqueólogos experimentales de la
Universidad de Leiden (Países Bajos) consiguió preparar el adhesivo
prehistórico usando sólo materiales que podrían haberse usado en el Paleolítico
medio, consiguiendo producir brea de manera fácil en grandes cantidades con
tres métodos distintos: 1) enrollando la corteza formando un fardo sobre el que
apilaron después cenizas y brasas para provocar la síntesis de brea; 2) muy
similar, salvo que la corteza era colocada en un hoyo; 3) fabricaron un
recipiente con la propia corteza del árbol y, con esta, recubrieron las paredes
de un hoyo excavado en el suelo, tapándolo después con más cortezas y restos
vegetales, tras lo cual, encendieron un fuego sobre el montón. Esta última
técnica, si bien es la más compleja, también es la que les permitió obtener
mayor volumen de brea (Kozowyk et al., 2017). En La Araña hemos practicado con
las resinas en estado sólido que rezuman los pinos del entorno del yacimiento
tras ser podados y con las exudadas por las maderas verdes. Las hemos colocado
sobre piedras calentadas a altas temperaturas al calor de la lumbre, hasta que
adquieren el color negro del alquitrán. Una vez enfriado, se solidifica y se
recoge en estado sólido. Es la materia prima que se puede mezclar con carbón y
ceniza y una pequeña cantidad de cera para fabricar el pegamento, fundiéndolo
todo junto (figura 13 B). Puede ser utilizado para distintos enmangues, líticos
y óseos (figura 13 A, C y D)
Epílogo:
La arqueología experimental –tanto científica como
divulgativa - tiene ya una larga trayectoria como método de aproximación a las
técnicas del pasado, deducidas del análisis minucioso de los datos desprendidos
de las analíticas, y de los restos arqueológicos aparecidos en los yacimientos.
Cuando se pasa a la práctica de estas técnicas, se transita por las distintas
fases, hasta conseguir reproducirlas de forma correcta, o al menos plausibles.
Al mismo tiempo se van apreciando las dificultades inherentes a cada una de
ellas, y como pudieron ser resueltas, aunque en algunos aspectos no sepamos a
ciencia cierta si realmente fue así. La aparición de molinos y moletas en
distintos grados de desgaste, nos indican con claridad el hecho de la
molturación. La aparición de dientes de hoz con su brillo característico y las
raras hoces que han aparecido completas, nos hablan claramente de la siega.
Pero si retrocedemos más atrás, hasta la etapa de la siembra y la selección de
semillas, y nos preguntamos cómo comenzó la agricultura, y las causas que
llevaron a ello, el panorama se oscurece, y son más las dudas que las certezas.
La ejecución de los procesos da a quien los practica un conocimiento más
profundo de los aspectos técnicos, y una mayor comprensión de los mismos, a
nivel global. Este hecho valida a la arqueología experimental como un potente
recurso formativo, a la hora de aprehender los procesos tecnológicos en
profundidad, con sus certezas y dudas. Obliga también a una mirada más
minuciosa sobre los datos y restos arqueológicos, para replicar con rigor los
procesos del pasado. Pero la arqueología experimental no sólo es una mirada
hacia los conocimientos del pasado, también tiene una fuerte carga emocional
que nos permite entender la idiosincrasia de sociedades que hace miles de años
dejaron de existir. Los experimentos que realizamos también van provocando la
ruptura de nuestros modelos sociales y, con ello, da vía libre a comprender y
asimilar otros que hace mucho tiempo que dejaron de existir. Al afrontar un
nuevo experimento, a menudo nos encontramos con dificultades que no teníamos
previstas, mientras que otras que, en principio nos parecían complicadas,
resultan tener una fácil solución. Pero, lo que siempre nos sorprende, es el
cuidado y el mimo con el que el hombre prehistórico afrontaba cualquier tipo de
trabajo, por pequeño que fuese, y no deja de impactarnos la minuciosidad con la
que, en un mundo mucho más adverso que el nuestro, trataban cada cosa, creando
un vínculo persona-proceso o persona-objeto. Esto, realmente está muy alejado
de los valores actuales, en los que cualquier herramienta que ya no cumple su
función es pieza de descarte. La reproducción de cualquier objeto del pasado
requiere tantas horas de nuestras vidas y nos despierta tantas emociones
(alegría, satisfacción, diversión, pero también frustración o nerviosismo) que,
finalmente, llegamos a tejer ese lazo emocional que nos lleva al entendimiento
de esa mente prehistórica que tanto anhelamos conocer. También eso es parte del
experimento: la diferencia que existe entre hacer cualquier objeto con técnicas
manuales ancestrales en contraposición a 138
Boletín de Arqueología Experimental 14
cómo las realizaríamos hoy en día, usando herramientas
mecánicas que, aunque simplifican el trabajo, hacen que los objetos pierdan su
esencia prehistórica. Por tanto, no sólo se trata de saber, sino también de
sentir y comprender, para darle la voz a esos procesos y objetos del pasado que
nos cuentan cómo era el mundo en que tomaron carta de naturaleza, cuando ya no
hay nadie más que pueda hacerlo.
Bibliografía
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BRÜCKNER, H. Y RATKE, U. (1986): “Paleoclimatic implications
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CARRASCO RUS, J. & PACHÓN ROMERO, J. A (2009): “Algunas
cuestiones sobre el registro arqueológico de la Cueva de los Murciélagos de
Albuñol (Granada) en el contexto neolítico andaluz y sus posibles relaciones
con las representaciones esquemáticas” Cuadernos de Prehistoria y Arqueología
Vol. 19, El Documento Arqueológico, pp. 227-287
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