LA IMPORTANCIA DEL LABORATORIO EN
LAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS
La opción preferida de los jóvenes
arqueólogos cuando comienzan a transitar de forma práctica por el mundo de la Arqueología, es casi
siempre el poder participar en excavaciones. Es comprensible, dado el grado de
aventura que muchas de ellas suelen entrañar, especialmente si son en cuevas, y
el grado de misterio e incertidumbre que puede deparar la excavación en cada
momento, a medida que se van desenterrando los restos. El laboratorio en cambio
no suele ser tan apetecido por los jóvenes profesionales, ya que es una tarea más
repetitiva, y no suele despertar mucho entusiasmo el ejercer de “rata de
laboratorio”, estudiando los miles de objetos aparecidos en la excavación… y
sin embargo, la tarea del arqueólogo en el laboratorio es fundamental, y a
medida que se va asumiendo plenamente su importancia, puede llegar a ser
apasionante. Es en el laboratorio donde cobran sentido los miles de datos
obtenidos en la actividad de campo, y en donde surgen las preguntas más
interesantes, y las reflexiones más orientativas en las líneas de investigación
seguidas. Es también donde las hipótesis se van convirtiendo en tesis, y donde
poco a poco van emergiendo las verdades, y vamos conociendo lo que significan
los objetos que entregó la excavación, qué sentido tienen, y lo que realmente
pasó. Esto puede ser aplicable a cualquiera de los campos de la investigación,
y a las pautas y modelos seguidos en la misma. Un buen ejemplo puede ser la
pervivencia de arcaicas tecnologías de la talla de la piedra, en piezas
obtenidas en estratos bien definidos e “in situ”. Las pervivencias son un hecho
incuestionable a través de la evolución tecnológica en la Prehistoria. Estratos
sellados por costras estalagmíticas, así lo indican en yacimientos de amplio
espectro cronocultural, desde el Paleolítico Inferior al Cobre. Las nuevas tecnologías
se van sumando a las ya conocidas, sin hacerlas desaparecer del todo. Pueden
aparecer los núcleos levallois tan característicos
del Paleolítico Medio, sin que desaparezcan los arcaicos cantos tallados inventados
por Homo hábilis, dos millones y
medio de años antes. Pueden rastrearse en los estratos paleolíticos
los productos alargados, hasta convertirse en láminas, con tecnologías bien
definidas, que se van perfeccionando, coexistiendo con los estadios más
primitivos. Sin embargo, las dudas pueden surgir al arqueólogo cuando las
persistencias son literales, y se pregunta si son producto de la pervivencia o
de paleorevueltos realizados en los yacimientos por los grupos prehistóricos,
aunque los estratos excavados estuvieran sellados por costras estalagmíticas,
que impiden posibles percolaciones. Es entonces cuando es necesario rastrear en
los hábitats con un solo momento de ocupación (con lo que se evita la
posibilidad de paleorevueltos de etapas anteriores) para comprobar si aparecen
estos arcaísmos contextualizados en un momento ocupacional concreto), bien sean
fondos de cabaña, ocupaciones esporádicas, o talleres puntuales, en yacimientos
monoculturales (Neolítico, Cobre, etc.). Un buen ejemplo para estas reflexiones
lo podemos encontrar en la Prehistoria Reciente, en estratos de enterramiento,
donde pueden aparecer tecnologías muy arcaicas, que pueden venir desde finales
del Paleolítico Medio o del Paleolítico Superior, conviviendo con otras nuevas,
en estratos sellados incluso por costras estalagmíticas. ¿Son pervivencias?
¿Son paleorevueltos, antes que los goteos de la caverna construyeran la costra
estalagmitica, sellando a los enterramientos, con los ajuares depositados, y
con posibles restos procedentes de estratos más antiguos, cuando se excavó la
fosa para depositar al cadáver?. ¿Cómo valorar a estos objetos encontrados in situ junto a los esqueletos?
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