Cuando el ser humano empieza a tener
conciencia de su propia transcendencia, no solo como ser vivo, si no como ente
fabulador de mundos mágicos-religiosos que transcienden a esta vida, y se
adentran en “el más allá” , en el territorio de la muerte, comienzan a aparecer
los primeros testimonios de ajuares, u objetos que suponían que le iban a ser
útiles al muerto en la otra vida, desde herramientas de uso cotidiano, comida
para la otra vida, o ramos de flores silvestres como signo de afecto hacia la
persona muerta. Los primeros testimonios claros en este sentido comienzan a mostrarse
en los grupos de neandertales, continúan con nuestra especie los cromañones, y
persisten durante el Neolítico y Calcolítico, y en las etapas posteriores,
prácticamente hasta nuestros días. Posiblemente poca diferencia debe de existir
entre el neandertal que enterró a uno de los suyos con un ramo de flores, y las
practicas que actualmente tenemos nosotros, que seguimos haciendo lo mismo. En
ambos casos la motivación más primaria se pierda en el mundo del afecto. En
esto hemos cambiado poco, aunque las culturas sean otras.
Hoy les mostramos un diminuto útil, un
trapecio, realizado sobre una laminita de silex de una perfección técnica
insuperable, a la que se ha abatido por tres de sus lados con micro retoques,
quedando un filo cortante por el cuarto lado del trapecio como útil operativo.
¿Qué tareas realizarían con esta delicada pieza (que actualmente estamos
estudiando), de poco mas de centímetro y medio de largo, que ha sido obtenida
con una precisión de joyero?. Sean cuales fueren estas tareas, debieron de ser
importantes para el difunto, puesto que se la pusieron como parte de su ajuar
en su tumba, allá en el Neolítico, en uno de los pueblos actuales de la
provincia de Málaga (España), en un deseo de que el muerto tuviera esta
herramienta en el nuevo mundo en el que acababa de penetrar. ¡Fascinante!.
Deseamos que os guste.
Yacimientos
Arqueológicos de La Araña.
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