EL SOSIEGO DE LAS CAVERNAS
Las cuevas han
sido siempre un mundo sugerente y misterioso, cargadas de leyendas y misterio,
para el común de los mortales, y en muchos casos casi siempre inspiran temor o admiración,
cuando no ambas cosas. Para grupos como arqueólogos y espeleólogos tienen el
atractivo de ser las cajas fuertes donde se guardan las evidencias del pasado -
para los primeros – mientras que para los segundos suponen un reto de traspasar
una de las ultimas fronteras, siempre con algo nuevo y peculiar por descubrir.
Pero la tarea de unos y otros no sería tan apasionante si en lo recóndito del
subsuelo no existiese el sosiego que va tejiendo milenio tras milenio el
maravilloso mundo de las cavernas. Las épocas en que son ocupadas por los
humanos, su suelo se convierte en receptor de los objetos perdidos, de los
restos de sus actividades industriales, o de los hogares que hicieron para
combatir el frío o cocinar sus viandas. En periodos de gran humedad e
insalubridad son ocupadas por hienas, u otros animales menos exigentes. En
otras ocasiones se convierten en la última morada de sus habitantes, que
entierran a sus muertos en las partes mas alejadas de la cavidad. La
superposición de las distintas capas de ocupación (o de abandono por
empeoramiento de las condiciones de la cueva), van conformando los distintos
estratos y los propios yacimientos, que si no se ven alterados pueden
permanecer intactos durante larguísimos periodos. A pesar de esta parsimonia de
rango milenario, las cuevas no son realidades estancas, si no dinámicas, y están
en continuo cambio…, aunque por lo general sean dinámicas desesperadamente lentas,
que escapan del concepto de impaciente inmediatez en la que se sitúa el ser
humano, ahora y en la Prehistoria. Uno
de los cambios mas significativos se produce con la construcción y
deconstrucción de estalactitas y estalagmita, y todo el cortejo de
espeleotemas, tan admirado por los visitantes.
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